Me encanta Bridget Jones, me he leído todos los libros y cuando me enteré de que Réene Zellweger y Colin Firth iban a protagonizar las películas no pude ocultar mi emoción. La elección del reparto es maravillosa, sobre todo Colin Firth en su papel de Mark Darcy. Los libros y las películas cuentan la historia de Bridget Jones, una mujer soltera de unos treinta años, y sus desventuras amorosas con los hombres, centrándose sobre todo en los problemas que tiene con su imagen y auto-estima. Las películas retratan cómo la sociedad acepta el hecho de que cuando estamos decepcionados o tristes, el consumo excesivo de alcohol y los atracones de comida son algo con lo que todos nos identificamos.
De hecho, una de las primeras escenas de la película muestra a Réene Zeweger en su sala de estar cantando «All by my self» mientras bebe vino en pijama. En otra escena, después de haber roto con Hugh Grant, se la ve de nuevo en pijama comiendo un helado de Ben y Jerry y con un paquete vacío de doritos mientras revisa sus mensajes telefónicos.
Me parece asombroso cómo algo que debería verse como patológico o al menos no muy lógico, como es envenenarse con alcohol y alimentos poco saludables que afectan a tu cerebro y órganos internos cuando uno se siente vulnerable, se ve como lo más comprensible y racional que se puede hacer en esa situación. Si nuestros antepasados hubieran hecho eso cuando estaban heridos, cansados o enfermos, no quedaría ningún ser humano en la tierra.
Pero ¿por qué y cuándo empezamos a usar sustancias tóxicas como el alcohol y el azúcar para hacernos sentir mejor cuando nos encontramos mal, para poder lidiar con nuestras emociones…?
Originalmente, la alimentación emocional la definíamos como la compulsión de comer para calmar las emociones negativas, estudios recientes han concluido que las emociones positivas también desencadenan la necesidad de comer en algunas personas. Aunque, la mayoría de nosotros perdemos nuestro apetito cuando estamos molestos, estresados, frustrados o enojados, hay personas que sufren con fuertes antojos de alimentos cuando están en su punto más bajo. La necesidad de comer (ciertos alimentos, porque la mayoría de los comportamientos alimenticios emocionales involucran alimentos con alto contenido de azúcar / grasa) surge cuando sienten emociones fuertes, la mayoría de ellas negativas, pero a veces también positivas.
¿Y por qué sucede esto? Nuestros cerebros son máquinas increíbles que regulan todo nuestro cuerpo con millones de vías que los conectan con nuestros diferentes órganos. El cerebro envía información al resto del cuerpo liberando pequeñas moléculas de sustancias químicas llamadas neurotransmisores que tienen la información necesaria para que el órgano funcione cuando el cuerpo lo necesita. Pero, ¿por qué mi estómago me dice que tengo hambre cuando estoy triste, frustrado o molesto? ¿Tengo realmente hambre? La respuesta es no, no tienes hambre, tu cuerpo no necesita los nutrientes, en realidad no necesitas comida. Lo que tu cerebro está buscando es la sensación que se desarrolla después de comer, de esa manera tu tristeza, soledad, frustración… desaparecen. En este caso, tu cerebro te «engaña» para que pienses que tienes hambre cuando no la tienes. El cerebro es capaz de muchas cosas…
¿Por qué sucede esto? La respuesta está en el sistema de recompensa cerebral, un intrincado sistema de conexiones neurológicas que nos ayuda a mantenernos vivos. Nacemos con este sistema. Cuando el cuerpo come o bebe o hace algo que mejora nuestras posibilidades de supervivencia, el sistema segrega una serie de neurotransmisores que funcionan estimulando las áreas de nuestro cerebro que nos dan placer, por lo que memorizamos el comportamiento y lo volvemos a hacer. Por ejemplo, cuando tenemos relaciones sexuales sentimos placer, por eso lo hacemos una y otra vez hasta que procreamos y aseguramos la supervivencia de la especie, lo mismo sucede cuando hacemos ejercicio para mantenernos sanos o cuando comemos alimentos con azúcar o alto contenido de calorías. El problema es que cuando este sistema se sobre estimula, durante nuestros primeros años de vida o más tarde, terminamos «aprendiendo comportamientos» que constantemente nos dan placer. Por ejemplo, si celebramos nuestros cumpleaños o éxitos con comida o bebida, anhelaremos comida y bebida cuando estemos contentos o cuando algo bueno suceda en nuestra vida personal o profesional. Lo mismo sucederá si usamos alimentos ricos en azúcar cuando estamos tristes o solos o cuando sentimos una fuerte emoción negativa. Estos comportamientos, a veces aprendidos en nuestra infancia, perpetuarán el hambre emocional que sentimos en ciertas situaciones cuando somos adultos.
Algunos estudios muestran que aquellas personas que sufrieron abandono o cualquier tipo de abuso en la infancia tienen más riesgo de desarrollar conductas alimentarias emocionales que aquellas que contaron con el apoyo de una familia y fueron capaces de desarrollar diferentes estrategias para hacer frente a sus emociones. El problema es que la sociedad en general ha normalizado estos comportamientos a lo largo de los años, por lo que cada vez más personas piensan que es normal querer un pedazo de pastel o una copa de vino cuando regresas a casa por la noche después de un duro día de trabajo.
El tratamiento para los trastornos de la alimentación es largo y complejo, una de las mejores estrategias que podemos comenzar a implementar es enseñar a nuestra generación más joven que no debemos usar alimentos o bebidas para hacer frente a nuestras emociones negativas o positivas, no importa cuán fuertes sean. Aprender a hablar de ellas, a compartir con aquellas personas que te aman y te apoyan, utilizando otras formas de estimular nuestro centro del placer como el ejercicio, la música, la meditación son formas más saludables de hacer frente a los sentimientos fuertes. Si aprendemos cuando somos jóvenes, llevaremos estas lecciones con nosotros cuando seamos adultos y podremos vivir felices, con la capacidad de lidiar con nuestras emociones y sin ser esclavos del azúcar o el alcohol o las redes sociales…etc para poder sobrellevar los retos que se nos presentan en la vida.